Por Rocío Hernández
Somos barro en las manos de los dioses, polvo de estrellas que viajaron encontrando su destino por los siglos de los siglos.
Somos un poema inacabado, una canción nunca escuchada, que resonará en todas las dimensiones, en todos los universos.
Somos las conversaciones de amor que perdimos y el beso que nunca nos dimos…cómo te extraño.
(E incluso así). Si pudiéramos definirnos seríamos los amantes que ya no se recuerdan claramente, que ya no se tocan el alma, porque te estás muriendo. Porque te estoy matando. …
Nunca he sabido en mi humana ignorancia, valorar, del todo, mi relación contigo (naturaleza) y si lo supe, ¿dónde quedaron entonces las danzas con la aurora boreal, los susurros del viento acariciando la esencia de nuestras raíces?
Tal vez se encuentren en el fondo del océano, en el interior de la selva esperando pacientemente a que escuche su llamado para encontrar el camino a casa y ser uno, nuevamente, sintiendo las notas de una cadencia largamente pausada que reverbera en el espacio.
Si tan sólo fuera posible recordar los porqués del abandono, de la ignominia y retroceder al antes de los pesares, de los dejos y del triste desencanto. Si pudiera regresar olvidando el tiempo, a lo que éramos juntos: el fragante perfume de las flores, los cielos azules, los amaneceres claros. Pero te escurres de entre las manos como agua sucia. No vas a volver.
Habría que recuperar aquello que perdimos cuando nos separamos de la tierra, del calor, de la brisa, del cantar místico de las aves. Habría que hacer un esfuerzo para recoger los pedazos de lo que fuimos antes de que te fueras; antes de que te olvide. Porque no debo. No sobreviviría si no es contigo.
Sin el incógnito de los crepúsculos ni las aguas pobladas de seres casi mitológicos no pensaría en el futuro. Lo eres todo. Quiero estar en ti como lo estuve hace tanto, pero no puedo decírtelo porque he enceguecido por el brillo de los espejos, perdí. No sé volver a casa.
Deseo tu danza imperturbable desde que éramos nada, deseo el verdor y todos los colores como el vuelo de la mariposa entre las flores silvestres, cruzando los valles hasta que pueda alcanzarte y me acojas entre las manos con un arrullo de hojas y pétalos, teniendo sueños en un idioma que nadie conoce procurándonos secretos escondidos sobre la noche, sobre el invierno y el verano, sobre todo lo que no sé de ti y lo que no puedes decirme. Quiero saber si el universo de tus ojos me lo contará todo.
Quiero que me relates cuentos de cómo eras antes de encontrarme con tu mirada. Y de los desiertos que ahora son agua. Quiero saber de los astros que inundan el azul de tu cabello. Te hablaré de los días en que fuiste divinidad, en los que yo te idolatraba profundamente.
Iré a buscarte cuando pase una vida, cientos de ellas, mi destino está ligado al tuyo con hilos carmesíes. Incluso si ahora no lo sé, incluso si huyo de ti persiguiendo quimeras disfrazadas de concreto que se desvanecen frente a mí. Me esperarás, es mi única certeza… envolviéndote en madera perfumada, en apasionadas lenguas de fuego, en el petricor que pobla el aire y en las venas de los ríos.
Charlaremos sobre las ventiscas de nieve y el halo del arcoíris después de la tormenta.
Me abrazas contándome al oído misterios que me resultan excitantes, me emociona escucharte hablar de la Vía Láctea y de la vida más allá de la existencia. Tus palabras son nítidas, resuenan dentro como ecos en la montaña atravesando lento y profundo hasta la esquina más oscura, colmas de luz transparente todos los espacios. Te pertenezco, te necesito.
Sostenme si me desvío en pos de traicionarte con lo superfluo, siempre añoraré tu cálido aliento asomándose de los volcanes, flotando por los soles en el borde de la oscuridad.
Juguemos a tomarnos de las manos. No me sueltes aun si quiero irme, que regresaré a ti no importa cuándo, no importa cómo.
Déjame entenderte. Llévame a donde nunca hemos ido, muéstrame las cosas que aún no he visto.
Quiero verlo a través de tu reflejo, ver criaturas que no he conocido y que están en ti, en lo más hondo de tu ser conectados, como lo estoy, en lo recóndito, donde te repites en ciclos interminables y me ofreces las cosas que no merezco, ya no te veo con ojos tan claros, te difuminas en lo que mi ego ha construido. Me duele pensar que te estoy olvidando, despacio… incorregible. Aún quiero estar contigo, no me abandones.
Ansío tener tus recuerdos, verte bailar en las dunas, convertirte en ráfagas furiosas, ansío la calma que me dan tus atardeceres mientras engulles lo blanco y me traes lo taciturno y la quietud de los luceros que nos están mirando. Van a guardarnos en secreto hasta que ya no quede nadie que nos pueda juzgar.
Anhelo dormir con el corazón flechado por ti, descansando suavemente en tu cuerpo de ramas, de fragilidad, de belleza, embriagándome ligeramente con el néctar que fluye. Te seguiré a donde sea.
Si me extravío, si no te encuentro no importará porque todos los senderos llevan a ti, me alcanzarás allá donde me esconda, nos une todo lo que soy contigo y todo lo que eres conmigo.
Me gusta pensar que en otras realidades las garras de mi egoísmo no te han hecho daño pues en mis recuerdos todavía eres existencia etérea, todavía eres mi refugio pero la verdad me está persiguiendo mientras te recorro y te devasto sin piedad ni esperanzas. Ya te lo dije: te estás muriendo. Te estoy matando.
Antes de cumplir mi promesa te habré herido.
Veré las ruinas sobre un otero nacido de coloridas plumas, de pieles manchadas sobre árboles mancillados, muertos de pie, uno tras otro los restos de lo que he hecho me impedirán la clemencia atándome con cadenas de plástico, ahogándome, apagando el aliento mientras resisto. Estoy perdiendo la batalla.
Me llenaré de arrepentimientos, algún día, cuando sangre la tierra y ya no pueda verte nunca más, con tu cadáver en los brazos, rogando que me llores desde el cielo y resurjas entre los brotes buscando el Sol.
Camino en la inhóspita desolación cargando la nostalgia y la culpa, mientras sin ti he muerto. Ya no recuperaré la gloria del ayer. Ya no tejeré a tu lado la historia que hablaría por nosotros en el centro de la eternidad, tan sólo escucharán el triste final de mi crimen.
Los pecados clavándose en mi pecho. Tu voz, desde el pasado del que ya no puedo recuperarte. Ya no tengo nada y qué negro todo se ha de volver… no hay perdón que pueda encontrar porque he incendiado, he destruido, sin mirarte, mientras te tornabas gris y la vida se escapaba de tus ojos.
En mi soledad ¿A quién le contaré que te he perdido? ¿Quién querrá oír mis memorias y las tuyas? ¿Qué voy a hacer? Sin ti no puedo entenderme; voy a gritar en el vacío, por favor óyeme, sálvame.
Deténme, que corro hacia mi infranqueable báratro donde desapareces tú.
Recuérdame en el fondo del mar, jugando con la hojarasca, hablando contigo a través del infinito, tócame en los reflejos de la Luna sobre la tierra y encuéntrame en donde las olas lamen la arena.
No te olvides del instante en que nos conocimos incluso si renacemos mil veces y nuestros caminos se separan quedará la melancolía, quedará el vacío de saber que no estamos donde debemos. Guía tus pasos hacia mi, recupérame, que todavía nos falta. Hay tanto que no te he contado, hay tanto que no me has dicho.
Escúchame mientras caen los azahares, en la llovizna, en el bosque. No me liberes que no quiero irme porque estamos, los dos, enterrados en la maleza uniéndonos, sabiendo de la vida y la muerte que van en círculos sin parar girando perpetuos. Como seriamos ambos, si fuera posible.
Por ahora podemos creer que nos quedan eones para mirarnos con ligeras sonrisas de fulgores. Que así sea.
Ojalá tuviéramos tiempo, siempre nos faltará tiempo. En algún momento la fatalidad nos alcanzará.
Ojalá la mortalidad nos abandonara, así seríamos eternos, llegaríamos al universo infinito… pero no será, no está en nuestras manos vivir cuanto queramos.
A pesar del daño que te he causado seguirás soportando, me habrás visto en mis tinieblas, sé que me iré antes. Me habré marchitado sobre tus dedos.
No seré más que las huellas de antaño, estréchame a ti entonces y recupera lo que perdí, cubre mis errores con profundas primaveras y también de fríos otoños, borra de mí los años que no supe quererte como es debido.
Observa los días y las noches que llegarán cuando me vaya, espera paciente hasta venga tu último suspiro, que, al final de todo yo continúo amándote.