Por Mariesta García @mariesta.garcia
Fotografía Constanza Martínez @constanzamartinezg
Rojos, verdes, blancos y azules formando rostros expectantes; el águila erguida con alas abiertas a nuestra patria: imponentes colores y vibrantes imágenes que transportan al observador a ser testigo de los momentos albergados en el Museo Nacional de Historia de la Ciudad de México, el Castillo de Chapultepec. Al centro de un mural pintado por Camarena, un Carranza visionario con una expresión adusta y esperanzada, con una pluma diligente en la mano. Justo ahí, encontramos posando para nuestra entrevista a Salvador Rueda Smithers, director, por tercera vez, de este maravilloso recinto. Historiador por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y maestro en Historia del arte por la Universidad Iberoamericana, es un hombre poseedor de ese encanto de los historiadores, con un hablar especial y sin desperdicio, cálido, amable y con una mirada profunda. Nos recibe primero en su oficina, el escritorio rodeado de libros, olor a madera que no niega la historia enraizada que representa y así comenzamos nuestra plática en una sala de juntas en la que fue la residencia del Colegio Militar en 1841 y despacho de Gobernación y residencia presidencial entre 1884 y 1935. Sin duda un lugar mágico, muros testigos del tiempo, majestuosos como todos los que forman el Castillo de Chapultepec.
Salvador, ¿cómo empezó todo? ¿En qué momento usted dijo -Quiero ser historiador- y por qué?
-El momento más claro, tenía (yo) digamos que alguna idea porque un tío mío me regaló un libro sobre Egipto antiguo y mi papá era muy aficionado a la historia, pero a la historia militar y siempre nos llevaba libros y revistas de historia militar y nos ponía a leer a mi hermano, a mi otra hermana y a mí. Era el más flojo, pero tenía ganas de estudiar sobre todo paleoantropología, eso era lo que quería, pero no sabía ni en dónde, ni siquiera si eso existía en México, quería saber sobre el hombre prehistórico, lo cual, significa que no quería seguir estudiando, ya me había inventado una carrera que quién sabe si existía pero ahí estaba. Era una idea fija. –Nos cuenta Salvador entre risas. –
Un día que íbamos a la prepa mi hermana y yo, ella llevaba “Los Antiguos Mexicanos” de Miguel León Portilla y me dice: “yo creo que este libro te va a gustar a ti”, me lo da y yo lo veía, con unas letritas chiquitas, y dije “bueno, en lo que vamos” y empecé a leerlo y a leerlo y a leerlo. Finalmente lo leí no sé cuántas veces, pensé: “no, yo quiero ser esto –mientras golpetea en la mesa con emoción- no un paleoantropólogo, yo quiero ver esto, historia, pero historia de las culturas indígenas”. Es decir, lo que ahora entenderíamos como un Etno-historiador, pero en la preparatoria, lo más cercano era estudiar Historia y cuando empiezo a estudiar, una compañera de la carrera, Citlali Marino, comienza a trabajar Historia oral con Alicia Olivera y me invita un día a hacer el servicio social, me dice: “ven a ver si te gusta”. Fuimos a la biblioteca de Antropología y oí a los ancianos zapatistas hablar y dije: “son los mismos de los que habla León Portilla, son esos, con una diferencia de cuatro siglos pero son estos. ¡Esto quiero!”. Inicié con Laura Espejel y con ella, Citlali Marino, a trabajar con Alicia Olivera a los veteranos zapatistas. Entonces lo que realmente me ha interesado es ver cómo hay un hilo de continuidad cultural que va probablemente del siglo XV hasta el día de hoy, empezando por la alimentación; ciertas maneras de sembrar, ciertas maneras de relacionarse con las plantas, y con el maíz, con la tortilla, con el chile, con la calabaza y con la milpa. Con los dioses, con los otros, con la tierra. Ahí fue donde ya me clavé, en adelante me seguí y la Paleontología, por supuesto, quedó como un sueño… no existió.
“…podemos hacer con el Bosque muchas, muchas cosas; no solo un corredor cultural, si no un ejemplo de ecología, de respeto, de otro tipo de enseñanza…”
-Sabemos que usted ha sido director del Castillo en 3 diferentes momentos, ¿cómo ha cambiado la sustentabilidad a través del tiempo?, ¿o no existía y ahora existe un plan sustentable para el Castillo en conjunto con el Bosque de Chapultepec?
-Bueno, nosotros todavía no conocemos el programa, sabemos que existe, hemos tenido reuniones con la Secretaría de Cultura, pero por ahora nos hemos enfocado más bien hacia el área de Los Pinos, que sería realmente el núcleo, del cual va a derivar el resto del proyecto, no es una cosa que se haga de un día para otro, se necesita mucho trabajo y con un equipo de gente que tiene que hacer diagnósticos. Creo que una vez que lo terminen puede salir muy bien, la clave está en que la primer sección del Bosque, que es esta, la más antigua, tiene una naturaleza, si nosotros respetamos este tipo de circunstancias podemos hacer con el Bosque muchas, muchas cosas; no sólo un corredor cultural, sino un ejemplo de ecología, de respeto. De otro tipo de enseñanza, de museos abiertos. Creo que hay mucho potencial ahí. No lo conozco (el programa), pero me lo imagino.
Les puedo platicar algo, hace años, el Bosque no era lo que ustedes ven, más o menos en los años en que ustedes nacieron, en realidad, se reducía a un poco alrededor del cerro hacia el lago, algunos árboles ahuehuetes, muchos enfermos, no existía un catálogo o una relación de qué tipo de árboles había. Llegaron a sembrar de chile, de dulce y de manteca en todos lados. Aquí, por ejemplo, encuentran tres o cuatro tipos de árboles que no son de Chapultepec, vaya ¡hay hasta palmeras!, hay árboles que realmente no sustentan pájaros. Últimamente proliferan distintos tipos de aves porque hemos buscado quitar plantas dañinas, hablo de esta zona del Bosque. Nosotros hemos buscado que aunque esté cuidado, esté domesticado, en el sentido de que se tenga un control; todos estos arbolitos tienen una guía, un número de catálogo, entonces sabemos que hay aproximadamente tres mil y cuáles son, en qué estado están. Este tipo de cosas se han estado haciendo independientemente del proyecto, se está haciendo, básicamente para el puro cerro y en parte por razones de seguridad: el peor enemigo de un museo es el fuego, y si estás en medio del bosque, siempre corres un riesgo alto.
“…antes de la entrada de los norteamericanos, estábamos tan ocupados peleándonos entre nosotros que no pensábamos en la posibilidad de que hubiese algo que cohesionara a los mexicanos en contra de un invasor y ahí es en donde nace el patriotismo…”
La plática continuó y nos llevó a hablar acerca de que existen poco más de 100,000 piezas, Salvador, con una luz en la mirada, nos habló de aquellas consentidas para él, esas que personalmente le han hablado más en el museo…
-… Así como les dije lo de la Paleontología, yo soy un tipo raro -nos dice sonriendo cómplice. -El pañuelo en el que estaban los huesos de Hernán Cortés, que ya queda un girón, eso a mí me gusta mucho. Una caja de puros que tenía Porfirio Díaz, en donde están en hilo de oro los símbolos del progreso, que son: una máquina de vapor para río, un ferrocarril de vapor, henequén y plantas y una cornucopia, me parece hermosísima. Está en la sala introductoria. El óleo de la ciudad de México de mediados del siglo XVIII que se encuentra en la sala 2 me parece también magnífica y a un lado hay un bautizo que pareciera que no dice nada, pero a mí me dice muchas cosas sobre la manera como entendieron La Conquista en el periodo barroco y cómo ha ido cambiando la manera de pensar, no lo podemos leer porque ese código ya se olvidó, entonces nos cuesta trabajo entender ese tipo de pintura, sólo nos parece bonita, pero su intención no era parecer bonita; su intención era contarte cosas. Ese tipo de asuntos son los que a mí me gustan.-
Obviamente, no sólo las piezas, sino el Castillo mismo contiene mitos, ¿no? – Salvador sonríe y nos dice: – Sí, yo no lo manejaría tanto como mitos sino como leyendas y lo que ahora llamamos, para suavizar, leyendas urbanas, es decir, falsedades. Efectivamente una de sus leyendas es que por supuesto aquí murieron los cadetes, de eso no cabe duda, lo que no es probable es que Juan Escutia se haya amarrado la bandera para aventarse porque ese suceso fue real pero en la Batalla de Molino del Rey con Margarito Suazo, que era un teniente, no era una cadete, que se amarró la bandera a la cintura y en el castellano de aquella época se decía “se arroja”, es decir, que arremete contra el enemigo, no que se haya aventado. Eso está en la crónica de Guillermo Prieto quien muchos años después es el autor de “La Historia Patria de los Cadetes” y utiliza este ejemplo un poco alegóricamente para hablar de los cadetes héroes sin decir que hubo uno que se haya aventado ni nada de esto, pero empezó ahí la leyenda y jamás se imaginaron que esto se iba a desdoblar, a convertirse en una leyenda de historia nacional, que sí es importante porque es el nacimiento del patriotismo mexicano, es decir, antes de la entrada de los norteamericanos estábamos tan ocupados peleándonos entre nosotros que no pensábamos en la posibilidad de que hubiese algo que cohesionara a los mexicanos en contra de un invasor y ahí es en donde nace el patriotismo. –Nos cuenta entonces que la muerte de Juan Escutia fue menos épica pero igualmente heroica, ya que murió en el hospital, debido a septicemia por sus heridas-.
“…Esas son las partes que a mí me parecen realmente maravillosas, cuando el artista plástico está en proceso de enseñarte con presencias y ausencias lo que puede ser la historia de México…”
Salvador nos hace posteriormente una crónica acerca de la vida del Castillo, de las épocas por las que ha pasado desde su construcción en la época del virreinato, su primera etapa, en la que se construyó la planta del edificio, siendo después abandonado en obra negra por 50 años, de 1785 a 1830 debido a lo caro de la construcción, posteriormente se hizo la arcada en tiempos de Maximiliano y la Torre del Reloj con Porfirio Díaz y el icónico Torreón del Castillo también data de esa época, que fue el primer observatorio astronómico en 1876. Carranza arregla posteriormente los interiores, hace salas muy grandes como el comedor de Presidencia o ciertas oficinas de gobierno, la escalera de Leones. En 1880, las recámaras imperiales, con el presidente Manuel González que fueron hechas ya con la intención de dejar memoria, es entonces cuando se empiezan a conservar cosas y González hace un pequeño Museo de la Residencia Presidencial buscando hacer una escenificación de la época de Maximiliano. Luego, Salvador hace un pequeño y pensativo silencio y nos relata:
-Para mi gusto, la parte más gloriosa, personalmente, tiene que ver con toda esta línea que va de 1947 a 1980 que es cuando se hacen los cuadros y los murales con intensiones didácticas, desde González Orozco, José Clemente Orozco, Siqueiros, O´Gorman, Gabriel Flores, Boliver, González Camarena, el Dr. Atl y ahora una obra de gran formato que nos donó Karla de Lara, una pintora jalisciense que ahora está muy cotizada. Esas son las partes que a mí me parecen realmente maravillosas, cuando el artista plástico está en proceso de enseñarte con presencias y ausencias lo que puede ser la historia de México; digo con presencias y ausencias porque en un mural como el de Flores en el que está cayendo el niño héroe que es un Ícaro, tú ya sabes la historia, puedes imaginarte cuál es el momento heroico: el muchacho va volando, diez segundos después está estrellado en el piso, pero a lo mejor dos minutos antes decidió aventarse y ese es el momento heroico que no está, es una ausencia y no ves la presencia de los americanos: ves el paso de la destrucción de los americanos pero no ves a uno sólo de ellos, pero ya sabes la historia y entonces esa ausencia te arma el resto, eso me gusta… cuando tienes obras que poseen un peso estético más fuerte, el manejo que debes hacerles es diferente. Aunque yo estudié Historia del arte, pienso como historiador, los historiadores del arte tienen una manera de codificar distinta, tienen una sensibilidad distinta, los historiadores no. Somos un poco más cuadrados, entonces buscas otra objetividad. No estoy viendo la parte estética si no qué estas queriendo decir; sabiendo eso, puedo decidir en qué parte del museo vas porque el lenguaje de los museos es metafórico, es decir, si tú subes tus tenis a esta mesa, yo pensaría: “esta niña algo trae, no está muy cuerda”; pero si tú subes los zapatos de Porfirio Díaz a la mesa del comedor del museo, lo que estás usando es una metáfora que leo perfectamente: es el personaje que vivió y usó esa mesa. Si dentro de 60 años subo tus tenis a esta mesa, a lo mejor tiene mucho sentido cuando se hable de la historia de la mujer que hizo algo por su país. Todo depende de cómo manejes ese lenguaje y qué quieras decirle a la gente. –
-Hablando de libros, ¿cuáles de los que usted ha escrito son sus favoritos?
-Hay 2 que me gustan mucho, uno es de historia oral, de una familia que cuenta la vida política de México desde la época de Juárez hasta la época de Miguel de la Madrid y cómo recorren desde liberales y conservadores hasta ser gente de derecha, izquierda y guerrilleros; de todo, es un librote y se llama “Un México a través de los Prieto”, pero es una recopilación de historia oral, no hay nada falso, lo que hicimos solamente fue editarlo. Lo hicimos Guillermo Ramos, Luis Prieto y yo. Otro que me gusta mucho se llama “El Diablo de la Semana Santa”, relata el inicio de la nota roja en México, es sobre un asesinato que hubo en la hoy Casa Boker, que en aquella época era un hotel, el Hotel Gran Sociedad, en la semana santa; apuñalan a un diputado, pero se revuelve todo porque él acababa de hacer declaraciones en contra del que fue candidato a la presidencia y entonces se vuelve una cosa política cuando en realidad lo que querían era robarle la camisa,los cachan porque la camisa tenía bordadas las iniciales de este hombre y claro, los que lo asesinaron no sabían leer, para ellos era un adorno, y por eso los agarraron y les dieron garrote vil. Me sirvió para armar la vida política y también los sistemas judiciales, la manera como se empieza a mezclar el lenguaje médico con el policiaco y con el político, dando inicio a la nota roja y después con la manera de ejecutar a los prisioneros-.
– Y así, llevados de la mano hablando de sus libros, la conversación se encamina hacia la difusión de la historia en México y Salvador nos comenta:
-…Yo hago una distinción sutil, la historia siempre está, los que se difunden son datos, la manera cómo vas a difundir la información y los relatos de esta información, es lo que ha cambiado, pero la historia la traes en la mente, traes el virus de la historia clavado, no vives sin historia, aunque sea una historia personal o de tu barrio o de tu familia, el virus de la historia ahí está y además lo usas hasta para tu pensamiento lógico. Está en la naturaleza humana desde que el hombre era cazador y sigue las huellas de los animales y tiene que estar imaginando si va o viene, si está enfermo, se tenía que imaginar toda la historia para poder cazar y no ser cazado. Lo que han cambiado son las maneras de difundir y de valorar los hechos históricos, lo que era importante para hace tres generaciones ahora es menos, hace tres generaciones cuando yo era niño, pareciera que el motor de la historia eran los acontecimientos bélicos, las batallas decisivas, hoy lo que queremos es que sea la vida civil la que se entienda. Si sumamos los momentos de historia bélica mexicana en los últimos 210 años, probablemente tengamos 40 años de vida bélica, pero entonces los otros 170 son de vida civil, y esa vidal es la que realmente nos hace, todos los días; el debate, el hecho de que ahorita oigamos en las noticias o veamos las declaraciones del presidente a las 7 de la mañana, y estemos o no estemos de acuerdo con él, estamos debatiendo, pero no nos estamos matando, los que se están matando y afectan a otros, tienen que ver con otra cosa, tienen que ver con las orillas del orden social, con el mercado negro, con la trata de personas, con la droga, con la intolerancia. Los demás estamos debatiendo, podemos estar de acuerdo o enojados, pero estamos debatiendo y eso es lo rico. Eso hace la historia.
Entonces, ¿cómo difundirla? Pues eso… (señalando el celular) usando todos los medios, todos. Quisiera quitar todas las cédulas del museo, todas, y que solamente hubiera objetos, y bajas en tu aparatito una aplicación que te explica qué es, pero que lo estés oyendo, que ni siquiera tengas que leerlo y que te explique otras cosas, pero tú estás viendo un objeto, y tal te transmite una historia; entonces llegas a un museo no a pasear sino a hacer un esfuerzo intelectual. Aquí llegamos a otro asunto; ya las bibliotecas cada vez van a ser menos útiles, todo lo vas a encontrar ahí (señala una tableta), lo que tenemos que vigilar es que esa información no sea falsa, lo que nos estamos encontrando en estas aplicaciones es que un porcentaje altísimo de la información, tanto del presente, como del pasado inmediato, es falsa, necesitamos empezar a discernir entre lo verdadero y lo falso.
–Si cerramos los ojos y sólo escuchamos el entorno, es casi perceptible el latir de un corazón gigantesco, el corazón del Castillo de Chapultepec, vital, lleno de ruido, de voces, de objetos maravillosos… partiendo de esta idea, le pregunto a Salvador, quién y no qué es el Castillo para él y cómo ha sido su relación durante tantos años.
-Ha sido una relación de puro amor. Siento que está vivo y que respira, es generoso, nosotros creemos que puede ser eterno, pero sus piedras se pueden enfermar, nuestro trabajo es cuidarlas y cuidar lo que está ahí y nutrirlo, aunque a veces nos exedemos. Ha pasado con las colecciones, de pronto consigo cosas de colección y no pienso que los espacios del depósito son los mismos de 1944 y entonces me preocupo, porque además soy egoísta. De pronto mi euforia por hacer que el museo crezca hace que se me olvide que el museo tiene un espacio físico y límites físicos; como todo ser físico respira y le puede hacer daño, se enferma. Hay un grupo siempre dando mantenimiento, todos los días; tienes aquí 4,464 vidrios que tienen que estar limpios. Tiene días de visita donde vienen 20,000 personas y todos entran al baño, el baño tiene que estar impecable, eso es lo que te preocupa del día a día. La administración del museo, a pesar de que pareciera ser un asunto secundario en realidad es básico porque te permite hacer las demás cosas.
“…la historia siempre está… la historia la traes en la mente, es decir, traes el virus de la historia clavado, no vives sin historia…”
– Y ya que estamos hablando del Castillo como un ser vivo, se podría pensar que el hecho de que se trate del Museo Nacional de Historia, ¿cuál sería su ADN? Imaginamos que todas las piezas que se encuentran aquí tienen que relatar algo significativo para la historia del país o incluso para su vida política, ¿usted lo vería así?
-No, no necesariamente, te voy a dar un ejemplo, de unos años para acá empecé a buscar, tanto comprada como donada, indumentaria: masculina, femenina y dentro de poco tendremos que empezar a tener masculina-femenina, porque lo que me interesa es que veamos como ha habido una evolución en los usos del cuerpo. Por ejemplo, tenemos un vestido de finales del siglo XVIII que probablemente usó una muchacha de unos 13 o 14 años y está cargado de bordados de hilos de oro, de plata, de lentejuelas de plata, pesa 20 kg. Ese vestido lo pusimos junto a uno de 1964 del tipo de moda que hacía Andy Warhol, que estaban hechos de papel aluminio y que pesa 800g, para una muchacha de 14 años, la diferencia entre una y otra está en el uso del cuerpo. Y esas son las cosas que a mi me gusta ver en el museo. Si ustedes caminan por la sala del siglo XX, busco meter cosas que tienen que ver con arte al estilo de Diego Rivera, en donde está lo indígena, pero en tiempos de Don Porfirio era imposible que pensaras que lo indígena fuera bello, no, esa es una invención del zapatismo y eso es lo que quiero que quede claro. Cuando compro cierto tipo de colecciones, estoy pensando en eso, no estoy pensando en los grandes hechos, sino en los pequeños hechos, porque quiero que el día que yo me muera y a lo mejor el INAH cambie cosas diga: “bueno, pero el Museo Nacional de Historia era del Instituto Nacional de Antropología e Historia y el que lo dirigió estaba pensando efectivamente en historia, pero también estaba pensando en Antropología” y la antropología está pensando en el ser humano, en cómo se arreglan, cómo se sienten, cómo se conciben; en cosas que van a desaparecer. Dentro de 20 años estoy seguro de que nadie de ustedes se va a peinar como lo hace ahora. Lo único que va a quedar es la fotografía, y si llega a una colección, va a tener su chiste. Y dentro de 50 años la manera de adquirir indumentaria va a tener un criterio completamente distinto. Escogí básicamente cosas que tiene que ver con alta costura, tanto ropa interior como exterior y básicamente ropa femenina, aunque no únicamente, porque eso es lo que había. Si quieres conseguir las cosas que usaba mi abuelito es prácticamente imposible, como los zapatos, si ves unos zapatos de la época de Carlota, no había pie derecho ni pie izquierdo, pero ¿Cuándo empieza a haber del pie derecho e izquierdo? Ese es el tipo de evolución que a mi me gustaría tener algún día en el museo: no el hecho histórico ni político sino la parte civil, es decir tu vida en relación con el otro ciudadano, la vida civil es la manera en que un ciudadano se relaciona con los otros. Cuando se habla de cómo transmitir la historia, ¿de qué estamos hablando?, ¿es transmitir datos? Yo te diría: un día como mañana matan a Álvaro Obregón en 1928 en La Bombilla, estaba en una comida con los diputados de Guanajuato porque van a preparar el evento del 18 de julio que conmemora la muerte de Juárez, todo eso está ahí, pero a mí me interesa saber cómo iba vestido, si estaba enfermo o no, cómo se le pudo haber acercado el que lo dibujó, por qué le interesaba un dibujo, qué comió, por qué los políticos lo invitaron y por qué ahí, cómo se relacionaban entre ellos, quién salió en la foto, quién quería estar pegado a él y quién no; esa es vida civil, eso es lo que a mí me gusta y a mi me gustaría que eso sea lo que vaya quedando en el museo poco a poco, ir cambiando del relato oficial a las metáforas.
Salvador, después de nuestra charla, nos llevó a apreciar con él los vitrales, los murales y ciertas partes del museo, a través de míticos pasajes, incluida la curaduría, que se encuentra en las que eran las cocinas del Castillo. Sin duda una experiencia inolvidable y así nos despedimos agradecidos por la oportunidad más allá de la entrevista, de la generosidad de Salvador al compartirse en este día con nosotros. Gracias infinitas de parte del equipo de Amatl Magazine.